Mi mejor definición, por vosotros: Diferente, buena profesional, atenta, reservada, curiosa, habladora, cordero con piel de lobo, observadora, detallista, inteligente, amiga de sus amigos, perseverante, de impresión fría y distante, generosa, audaz, terca, temperamental, tierna y entrañable bajo una capa distante y fría, divertida, cabezona, quejica, especial, cariñosa, sensata, directa, sincera, con gran corazón, de apariencia seria, humilde, comprensiva, persistente, sabe escuchar, empática, paciente, cariñosa por momentos, fuerte por fuera y débil por dentro, buena consejera, responsable, agradable, sensible, con gracejo especial, consecuente, inquieta, alegre, expresiva, alguien que sabe escucharte, emotiva, entregada, cabal, culta, con la que siempre se puede contar.



miércoles, 24 de septiembre de 2014

Léeme

Ésa era la palabra que pudo ver en el papel que encontró debajo de la puerta. Y no pudo evitar a un lado y otro del descansillo, como si así pudiera encontrar a quien lo hubiera dejado allí. Pero como sospechaba, ese acto reflejo no le llevó a descubrir nada. Sólo podía coger el papel y leerlo, como le pedía quien lo hubiera escrito.
Ahí dentro encontró una historia desconocida para él pero que le descubría que había alguien que lo había estado observando no sabía cuánto, pero lo suficiente para conocer qué hacía y cómo era parte de su vida.
Aquella desconocida sabía que compartía su vida con alguien, pero decía que solo quería desquitarse y poder contarle aquello que sentía. Y lo cierto es que, a pesar de intentar llegar al final del texto con una mirada rápida, repasando lo que estaba escrito, no encontró una firma o rastro alguno de una dirección, correo o señal que le diera alguna pista.


Casi le describía al detalle algunas de sus prácticas habituales. Sabía que salía temprano para el gimnasio y que después acudía al trabajo, volviendo alrededor de las tres de la tarde para comer, y ya no volvía a salir hasta media tarde con ella, su novia. Le contó que le gustaban algunos de sus estilismos, como esa camisa con aspecto de cómic que tanto le divertía y que tan poco gustaba a su chica, o su ropa de deporte o su maleta del ordenador. Realmente debía vivir cerca, porque se había fijado en los más diminutos detalles.
Lo primero fue pensar que era alguna vecina, pero tan solo al intentar hacer los cálculos de cuánta gente vivía en la urbanización perdió la cuenta. Pero no le hizo perder la esperanza de poder indagar un poco y averiguar quién era la mujer que, con una caligrafía intachable, le había escrito aquel mensaje que había provocado que hubiera echado a volar su imaginación pensando quién podía ser.
A partir de ese momento, en que guardó a buen recaudo el mensaje, casi de manera inconsciente, cada vez que salía de casa buscaba cualquier rastro de alguien que pudiera estar observándolo, y al entrar en casa siempre mirada tras la puerta por si encontraba un nuevo mensaje.

Germán y su primer paseo en bici

Germán ha empezado el cole y la vuelta a la rutina también entraña nuevas actividades. 
Ya no va a la playa, y ha cambiado el pádel por la natación e inglés y ahora el resto de las tardes entre semana se las pasa en el parque.
Pablo, su hermano pequeño, está aprendiendo a andar, así que mamá se pasa todo el tiempo a su lado, tomándolo de la mano, y él se divirte jugando al balón con otros niños. 

Aunque hace unos días, que papá no trabajaba por la tarde pudo acompañarlos al parque, le ofreció llevar su bici, que apenas utiliza porque nadie se pone a su lado para ayudarlo, y le enseñó a manejarla. 
A Germán, ahora que aún no le han quitado los ruedines, le parece pan comido y le encanta su bici. 
Pero papá le ha metido el miedo en el cuerpo, porque le ha dicho que el próximo día le quitará uno de los ruedines para que comience a practicar y aprenda poco a poco, pero tiene temor porque cree que se caerá y se hará daño. Pero por otro lado sabe que hay niños en su clase que ya cogen su bici sin ruedines y sin ayuda. Por eso teme que llegue el próximo día en que papá pueda ir al parque y por otro, quiere que los niños de su colegio no le lleven ventaja. 
Mientras, no hace otra cosa que decirle a sus amigos lo chula que es su bici, roja con rayos, una bocina y pedales con llamas de fuego...

martes, 16 de septiembre de 2014

Me enseñaron...

Me enseñaron a dar mis primeros pasos, hablar, ser buena persona, comportarme, esforzarme para ser mejor, el espíritu del trabajo en equipo, la amistad, el compañerismo, intentar destacar sin pisar a nadie, a demostrar mis capacidades...pero no me enseñaron a superar los sufrimientos. 
Para eso no hay un decálogo o manual que valga, el sufrimiento se pasa sufriendo. Aprendiendo, con los años, a que no te lo noten o no penetre excesivamente en tu piel. Porque nadie te prepara para poder superar lo que te depara la vida. Porque los desencantos llegan, te cogen por sorpresa y te dejan paralizada. Y a mí encima se me nota en la cara y casi en la forma de expresarme, sin que la persona que lo palpe esté delante. Así soy yo. 

Y si no te dejan paralizada, como decía, nunca te permiten actuar como te gustaría, para combatir esa situación complicada. Nunca actúas por el bien de tu integridad psíquica. Y de repente te ves pensando si te engañan más de lo habitual, si no te dicen siempre la verdad por piedad o si hay algo más que no llegas a vislumbrar porque nadie te ha puesto en la pista. Y es que, como bien dicen, ojos que no ven...
Y al final intentas que la música suba por encima de los decibelios de tu mente para no escuchar esa vocecilla que te comienza a bombardear con ideas retorcidas. Porque en el fondo el sufrimiento te lleva a retorcer cada cosa que pasa por tu cabeza...

martes, 2 de septiembre de 2014

El reencuentro

Volvía a la rutina. A las clases diarias y eternas por las tardes para recuperar las asignaturas que había suspendido el curso anterior. A pesar de que aún seguía haciendo buen tiempo y sus amigas seguían yendo a la playa, ella en cambio tuvo que renunciar a ello por ir a clases y prestar atención.
Como cada tarde, esperaba ante el semáforo que la ayudaba a cruzar la calle, y mientras miraba al frente, con la mirada perdida y abstraída, pensando en mil cosas a la vez, de repente sintió que alguien la observaba. Pero sólo fue un instante en que pudo ver a ese desconocido que hizo que se le volviera el estómago del revés, porque el semáforo se puso en verde y él huyó casi volando con su bicicleta. 

Solo recordaba unos bonitos ojos grandes, achinados y de color verde, que la habían contemplado durante unos segundos mientras el semáforo cambiaba de color. Y maldijo al maldito semáforo por no tardar más en ponerse en verde, y se maldijo a sí misma por haber estado pensando en tonterías mientras el chico más guapo que creía haber visto en meses o años se había quedado mirándola. ¡Mala suerte!
La tarde se hizo muy corta y también muy larga. Corta porque sus pensamientos estuvieron pendientes de buscar la fórmula de cómo encontrar a ese chico, si sólo tenía una referencia: sus ojos y que iba montado en bicicleta. Y larga porque las clases se hicieron tediosas, porque le gustara o no tuvo que atender y responder las cuestiones que le planteaba su profesora y no se pudo concentrar mucho en ese desconocido que había provocado que le diera un vuelco el corazón.
Aunque intentó negárselo a sí misma, estaba deseando que llegara el día siguiente, que suponía una tortura por las clases, pero confiaba en volver a coincidir con ese muchacho una vez más. Ahora estaría atenta. Nada de dejarse llevar por pensamientos absurdos. No. Pero llegó el momento de ir a clases particulares, ir de casa a la academia, cruzar el semáforo y esperar a que se pusiera en verde, pero no apareció nadie. No reconoció esos ojos verdes y achinados por ningún lado. Y llegó el momento de la decepción. Y al día siguiente, más de lo mismo.
Así que perdió la esperanza de volver a encontrarlo nunca más. Y eso que, aunque no quería, fantasear con conocer a ese chico era el pensamiento que más se repetía en su interior. Pero a los días, cuando ya había perdido la esperanza y volvía a ir ensimismada en sus historias, volvió a esperar el semáforo. Y por el rabillo del ojo vio llegar una bicicleta a su lado, y esta vez no se iba a quedar mirando, esperando. Con aires decididos se acercó, porque reconoció esos ojos grandes de lejos, y le dijo cómo se llamaba, preguntándole a él. Antes de que el semáforo cambiara y sus caminos se volvieran a separar, le dejó un papelito con su número de teléfono. 
Porque había estado decidida a no perder su oportunidad. No sabía cómo se llamaba, cómo era su voz o si quizás, tenía novia, pero estaba segura de una cosa, que no podía quedarse paralizada una vez más, porque efectivamente nunca averiguaría si sus caminos volverían a encontrarse una tercera vez.
Y alli se vio, una tarde, mirando el móvil y viendo un wassap de un desconocido. No le hizo falta ver la foto de perfil o que se presentara, sabía perfectamente que era él. Y el reencuentro se hizo certero y perfecto. Y una sonrisa emanó de su boca...Ahora sí...