Como pudo, sacó las llaves del bolso, que a pesar
de ser tan pequeño que apenas tenía espacio para un par de cosas importantes,
como las llaves, la cartera, el móvil y el tarjetero, le pareció tan grande
como el que más que hubiera en su vestidor y se tiró literalmente hacia el
portal de su piso, aquel lugar del que siempre quería huir y al que ahora
añoraba llegar. Extenuada, sin aliento.
Ni siquiera cerró la puerta, aunque sabía que
había un cartel en una de esas pareces, que le solicitaba su cierre para
impedir "visitas indeseadas" y que no podía ver por la oscuridad
reinante, pero ni se detuvo en accionar el interruptor. Llegó al ascensor
jadeando y y pulsó el botón hacia la tercera planta casi por inercia, aunque su
mente estaba nublada.
Otra vez las llaves se le enredaron entre los
dedos, pero sin caer al suelo, consiguiendo, a duras penas, llegar a su puerta,
tras atravesar el pasillo, aquél que se le hizo excesivamente amplio y largo,
aunque en realidad sólo albergara unos cuantos portones, además del suyo.
Abrió rápidamente, tirando el bolso y la bolsa
del portátil en el suelo, cerró apresuradamente y se dejó caer en la entrada,
con la espalda, empapada en sudor y haciendo que su sujetador se intuyera tras
su blusa blanca de ejecutiva, pegada a la puerta.
Sólo entonces se permitió calmarse, llevarse la
mano al pecho, en el lugar donde su corazón parecía querer salirse y empezar a
llorar, sin ser consciente al cien por cien de que, momentos antes, un
desconocido había intentado alcanzarla en la oscura y solitaria ruta que
utilizaba normalmente para volver del trabajo, y agredirla. No quería pensar
cuáles habían sido sus intenciones y tampoco sabía de dónde había sacado las
fuerzas para zafarse de él y echar a correr, a pesar de lo imposible de sus
zapatos de tacón.
Recostada tras la puerta permaneció un tiempo eterno que se
le pasó volando. Y extenuada, aunque con la respiración algo más normalizada, se
tendió en el suelo y ahí permaneció hasta que el sol entró por la ventana de su
salón.