Mi mejor definición, por vosotros: Diferente, buena profesional, atenta, reservada, curiosa, habladora, cordero con piel de lobo, observadora, detallista, inteligente, amiga de sus amigos, perseverante, de impresión fría y distante, generosa, audaz, terca, temperamental, tierna y entrañable bajo una capa distante y fría, divertida, cabezona, quejica, especial, cariñosa, sensata, directa, sincera, con gran corazón, de apariencia seria, humilde, comprensiva, persistente, sabe escuchar, empática, paciente, cariñosa por momentos, fuerte por fuera y débil por dentro, buena consejera, responsable, agradable, sensible, con gracejo especial, consecuente, inquieta, alegre, expresiva, alguien que sabe escucharte, emotiva, entregada, cabal, culta, con la que siempre se puede contar.



domingo, 24 de noviembre de 2013

Estaba decidida...

Estaba decidida. Aún desde la cama volvió a repasar su plan, un plan que la asustaba pero que también significaba el intento de tener una vida mejor, la que se merecía, o mejor, la que merecían. Quería que los golpes, los gritos, el vivir asustada y atemorizada, las ganas de no volver a casa, el sentimiento de protección hacia los suyos, los trastos rotos que había que recoger...salieran de su vida. Ya. 
Llevaba meses planeando ese día. Y tenía que ser entonces o nunca. Su madre debía salir de aquella casa y no volver jamás. Junto a una amiga había llamado a todas las puertas que creyó conveniente. 
En el instituto le contó a su tutor que la situación en casa era insostenible, que no podía estudiar, de ahí que hubieran bajado sus notas, y que no podía tardar en volver cada día, por eso estar en la biblioteca no era una opción si quería recuperar sus aprobados. Si llegaba más tarde de las cinco las represalias se tornaban en golpes hacia su madre por no educarla como él quería.
Fue al edificio rosa que había en su ciudad, en el que un letrero enorme ponía "Centro de la Mujer"y, los días en que tenía algo de tiempo, se había ido asesorando, aunque las especialistas en género le dijeron que lo más importante era la voluntad de su madre de salir de aquel infierno, porque de otra manera era complicado actuar. Pero eso no le valía. No sabía si su madre querría o no empezar una nueva vida, porque si hasta ahora había aguantado, por algo sería. Se negaba a pensar que fuera amor, a ese monstruo no lo podía querer nadie. Pero entonces, ¿qué? No entendía que el miedo la acobardara tanto. 
Tenía que ser ella la que cogiera las riendas de esa situación. Su madre era un guiñapo con unas ojeras enormes que apenas hablaba, sólo para pedir que recogiera los juguetes que su hermano dejaba por el piso o que le curara y tapara las heridas que no alcanzaba a ver. Se sentía cómplice de todo aquello y por eso, también culpable. Los ojos de esa mujer que en fotos era preciosa no tenían brillo, ése que tenía cuando nació su hermano hacía cinco años y que ella sabía distinguir: felicidad. Vagaba por la casa como alma en pena, en pijama, hasta que llegaba la hora de ir a hacer la compra, para tener preparada la comida para ese monstruo con el que se había casado hacía ya unos 18 años. 
Entonces se maquillaba, intentaba recoger su pelo en una coleta y se arreglaba, porque a su padre tampoco le gustaba que se vistiera de cualquier manera. Por eso, después de cada pelea, bronca o dura paliza, llegaba a casa con una bolsa de ropa o complementos de las mejores firmas y marcas de la ciudad. Sí, lo peor es que se trata de ese tipo de familia que, con el dinero, que no faltaba por el alto puesto ejecutivo que tenía su padre en una empresa con proyección a nivel nacional, parecía arreglarlo todo. 
Pero su madre no era su madre ya. Eso fue lo que la hizo reaccionar. No hablaba, no podía contarle sus cosas, sus primeros amores, o sus conflictos con sus amigas. 
Por eso esa mañana fingió sentirse indispuesta, y no fue al colegio. Al levantarse, su madre en pijama hacía las tareas de la casa, porque al final la chica que limpiaba un día dejó de acudir sin dar explicación alguna. Pero ella sabía los motivos. No hacía falta que los hubiera explicado. Casi sin reparar en ella le dijo que el desayuno estaba en la cocina. Su madre estaba ensimismada y ni siquiera echaba cuenta en ella. Pero no tenía hambre. 
Sólo quería sentar a su madre en el sofá y explicarle todo lo que había averiguado. Había recopilado información sobre la ayuda que necesitaban, le habían puesto en contacto con la casa de acogida que les podía pertenecer, haciendo una excepción, porque al ser menor de edad no podía gestionar ningún trámite y había escrito una carta a sus abuela y tíos, para que supieran dónde estarían los tres. Y es que su familia tampoco era bien recibida en casa. La factura que le pasaba a su madre aquel tipo de visita era una paliza tras otra, constantemente.
Su madre permaneció inmóvil un rato, mientras ella derramaba lágrimas desconsolada. Unas lágrimas que no sabía de dónde salían, porque ya había llorado demasiado durante años, ya no recordaba ni cuántos. Y fue entonces cuando, después de varias negativas, le cogió la mano a su hija y le pidió que la ayudara a hacer las maletas. Pero no hizo falta, estaban hechas. Cuatro prendas que ella se había encargado de comprar con su paga semanal, para que no tuviera que llevar la ropa que él le regalaba y que estaba llena de odio y asco, y lo fundamental para ella y su hermano. No necesitaban más. En las noches de insomnio le había dado vueltas a su nueva vida, e incluso a un nuevo nombre, por si acaso lo necesitaba, y a todo lo bueno que les llegaría entonces. Estaba segura. 
Cuando salieron por la puerta, sintió que su madre titubeaba, pero le dio un fuerte apretón en la mano que le insufló la fuerza que le faltaba. Por eso no miró atrás. Fueron a recoger a su hermano del colegio y se marcharon. No cogió ninguna foto porque en todas aparecía aquél que hacía que su familia hubiera sido infeliz todos aquellos años. Recordó los buenos momentos, los pocos que alcanzaba a tener y pensó que echaría mucho de menos a su amiga Laura, que se había converido en su confidente, su alegría y la que la había empujado a actuar e intentar hacer despertar a su madre de su letargo. Cerró la puerta y echaron a correr. 
Aquel gesto fue el primero de una nueva vida, del comienzo de una historia que escribirían juntas su madre, ella y su hermano, porque no pensaba dejarlos solos ni un minuto. Era momento de saborear ese minuto de satisfacción. Y lo demás, ya llegaría, aunque lo tenía todo calculado. Habían sido demasiados meses de planificar cada detalle para no dejar flecos sueltos en ésa su nueva vida. 

--Relato para el 25 de noviembre--Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer

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