Volvía a la rutina. A las clases diarias y eternas por las tardes para recuperar las asignaturas que había suspendido el curso anterior. A pesar de que aún seguía haciendo buen tiempo y sus amigas seguían yendo a la playa, ella en cambio tuvo que renunciar a ello por ir a clases y prestar atención.
Como cada tarde, esperaba ante el semáforo que la ayudaba a cruzar la calle, y mientras miraba al frente, con la mirada perdida y abstraída, pensando en mil cosas a la vez, de repente sintió que alguien la observaba. Pero sólo fue un instante en que pudo ver a ese desconocido que hizo que se le volviera el estómago del revés, porque el semáforo se puso en verde y él huyó casi volando con su bicicleta.
Solo recordaba unos bonitos ojos grandes, achinados y de color verde, que la habían contemplado durante unos segundos mientras el semáforo cambiaba de color. Y maldijo al maldito semáforo por no tardar más en ponerse en verde, y se maldijo a sí misma por haber estado pensando en tonterías mientras el chico más guapo que creía haber visto en meses o años se había quedado mirándola. ¡Mala suerte!
La tarde se hizo muy corta y también muy larga. Corta porque sus pensamientos estuvieron pendientes de buscar la fórmula de cómo encontrar a ese chico, si sólo tenía una referencia: sus ojos y que iba montado en bicicleta. Y larga porque las clases se hicieron tediosas, porque le gustara o no tuvo que atender y responder las cuestiones que le planteaba su profesora y no se pudo concentrar mucho en ese desconocido que había provocado que le diera un vuelco el corazón.
Aunque intentó negárselo a sí misma, estaba deseando que llegara el día siguiente, que suponía una tortura por las clases, pero confiaba en volver a coincidir con ese muchacho una vez más. Ahora estaría atenta. Nada de dejarse llevar por pensamientos absurdos. No. Pero llegó el momento de ir a clases particulares, ir de casa a la academia, cruzar el semáforo y esperar a que se pusiera en verde, pero no apareció nadie. No reconoció esos ojos verdes y achinados por ningún lado. Y llegó el momento de la decepción. Y al día siguiente, más de lo mismo.
Así que perdió la esperanza de volver a encontrarlo nunca más. Y eso que, aunque no quería, fantasear con conocer a ese chico era el pensamiento que más se repetía en su interior. Pero a los días, cuando ya había perdido la esperanza y volvía a ir ensimismada en sus historias, volvió a esperar el semáforo. Y por el rabillo del ojo vio llegar una bicicleta a su lado, y esta vez no se iba a quedar mirando, esperando. Con aires decididos se acercó, porque reconoció esos ojos grandes de lejos, y le dijo cómo se llamaba, preguntándole a él. Antes de que el semáforo cambiara y sus caminos se volvieran a separar, le dejó un papelito con su número de teléfono.
Porque había estado decidida a no perder su oportunidad. No sabía cómo se llamaba, cómo era su voz o si quizás, tenía novia, pero estaba segura de una cosa, que no podía quedarse paralizada una vez más, porque efectivamente nunca averiguaría si sus caminos volverían a encontrarse una tercera vez.
Y alli se vio, una tarde, mirando el móvil y viendo un wassap de un desconocido. No le hizo falta ver la foto de perfil o que se presentara, sabía perfectamente que era él. Y el reencuentro se hizo certero y perfecto. Y una sonrisa emanó de su boca...Ahora sí...
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